Nadie es lo que parece, o lo que es lo mismo, no sabemos a quien tenemos delante hasta que viene, va, vuelve a venir y vuelve a ir. Y a veces ni aún así. Tendemos a los prejuicios basándonos en el aspecto físico y/o estético y así nos engaña en la película Vincent hasta descubrir a St Vincent (2014).
Una película extraordinaria, magistralmente interpretada por Bill Murray (del que soy muy fan) junto con “Oliver“ el sabio y adorable niño, interpretado por Jaeden Lieberher (os sonará de la película IT) .
Podría recordar infinidad de escenas de la película, incluso reproducir buena parte de los diálogos, sin embargo confieso que la profesión corre por mis venas y me detuve especialmente en una de unos escasos 10 minutos, la conversación de Oliver con su madre (recién divorciada y en trámites de atribución de guarda y custodia) de una lucidez extraordinaria:
La madre, ante la decisión judicial de una custodia compartida, le explica a Oliver que a partir de ahora irá y vendrá de una casa a otra. Oliver, cuyo personaje y elocuencia brilla en toda la película, le responde:
1.- Es mi padre y también quiero estar con él.
2.- Sí, de acuerdo, te ha hecho daño por que te ha sido infiel (la madre se pregunta cómo lo sabe).
3.- Todo el mundo lo sabe porque lo has colgado hasta en Facebook.
Y aquí quería llegar porque los niños son pequeños pero no tontos, oyen, ven y sienten y al final, incluso aprenden a verbalizarlo todo a la vez. Solo hay que dejarles su espacio y escuchar, saber abrir bien las orejas que no es fácil, y menos cuando las emociones nos secuestran la amígdala y el sentido común traicionando nuestra verdadera esencia.
A nosotras, madres del mundo, a vosotros, padres del mundo, aprendamos a escuchar a nuestros hijos: es más sencillo de lo que creemos y los resultados son sorprendentes.